Adela Campallo, bailaora. Entrevista para Flamenco-world.com
“Cuando no podía bailar con mi cuerpo,
bailaba con mi mente”
Silvia Calado. Sevilla, octubre de 2009
Cuando era niña, siempre se sentaba en el umbral de su casa mirando hacia el lado más largo de la calle. Quizás buscando el horizonte, ese que apenas vislumbraba cuando un accidente de tráfico a punto estuvo de truncar su carrera como bailaora. Adela Campallo ha luchado los cuatro últimos años por superar una lesión medular. Y a golpe de voluntad, de tesón y de baile, sube ya a los escenarios con la energía de antaño, pero con el extra de madurez que sólo da una situación límite. ‘7 de mayo’ y ‘Horizonte’ son las propuestas con las que destierra los bulos que corren sobre su incapacidad y retoma su carrera en solitario. Aunque quizás sea más exacto decir que jamás la abandonó, pues “cuando no podía bailar con mi cuerpo, bailaba con mi mente”.
En el patio del sevillano pero cosmopolita Hotel EME, la conversación se mezcla con el sonido de la fuente y la celosía de diseño. El tema es el día a día del bailaor, las horas de estudio... y eso otro que no se puede estudiar. Adela Campallo cree en el equilibrio. “Hay gente que sin técnica no sabe bailar, que funciona como un atleta. Y así, el espíritu del artista está tapado”, explica la bailaora sevillana. A lo que añade que “en el momento en el que algo le falta, no sabe sacar otro recurso y no se da cuenta de que dejan fuera la intuición, la espontaneidad, el arte verdadero”. Y lanza una pregunta lógica en alguien que se graduó en la compañía de la mismísima Manuela Carrasco: “¿Por qué pasa eso en el flamenco hoy en día?”.
Claro que sabe que “también pasa al revés, con ese artista de la calle que se da una pataíta maravillosa, pero le falta lo otro, la técnica”. Por eso cree que es fundamental la rutina de estudio. Ella la tiene y además, por obligación, pues “con mi problema, cuando dejo mi espalda dos semanas quieta, no puedo moverme”. Bailar es lo que la ha curado de la grave lesión medular que le provocó un accidente de tráfico hace ya más de cuatro años. “No estoy obsesionada con la técnica, con lo tengo que estar obsesionada es con mi baile, que es mi trabajo y es lo que expongo cuando me subo a un escenario segura de lo que hago”, matiza. Y vuelta al equilibrio:
“Yo no tengo carrera de clásico, pero sí tengo que tener mi cuerpo trabajado técnicamente para mover un brazo, para estar colocada. No puedo olvidarme de que hay otra cosa dentro del artista que hace que la gente la ponga en vilo. Hoy en día lo que ocurre es que el público se pone en vilo con la técnica también. Vale, pero ahora párate y háblame con tu mirada, con tu forma de colocarte, háblame quieta, háblame con un simple golpe como hace Manuela Carrasco o como hace Eva Yerbabuena. Y claro que hay gente joven que logra eso: Rocío Molina, Rafael Estévez, Farruquito… Pero llega un momento en que la gente se olvida de ello y para mí eso es el flamenco. Es técnica, pero también es lo otro… y a mí me puede más lo otro. Lo que me llena de verdad es escuchar un cante y me da igual lo que esté montado, porque si el cantaor me retuerce para atrás, lo voy a hacer para atrás y no para delante”.
¿En qué medida están atados tus espectáculos?
Claro, la improvisación sucede en momentos del baile, no es el global de un espectáculo montado. En ‘7 de mayo’ hay una disciplina, un guión musical, hay unas campanas que en todo momento recuerdan un nacimiento… Pero sí que dentro de cada baile está su momento de chispa, que no solamente la puedo dar yo, sino que a lo mejor la está dando el que canta o el de la guitarra. Hay bailes en los que necesito cierta libertad. En la soleá, a partir de la bulería al golpe hasta el final, no he montado nada. Durante al menos tres minutos dependo de lo que me den la guitarra y el cante. La espontaneidad tiene que existir en determinados momentos.
¿Qué papel das en tus espectáculos al cante y a la guitarra?
Un papel muy importante porque a no ser que montes algo sola, todo es comunicación entre ellos y yo. Manuela es grande al lado de Joaquín Amador, Eva es grande al lado de Paco Jarana, y es grande también cuando le canta Poveda y cuando le canta José Valencia. El espectáculo no es sólo la bailaora y el triunfo no es sólo suyo, triunfa todo porque todo tiene un papel principal. Dependemos de lo de atrás, por eso hay que saber elegir.
Cuando estáis creando, ¿participas en lo que te tocan o te cantan?
Sí, me gusta pedir lo que quiero. A veces, hasta agobio a los músicos. Soy muy pesada, me meto en el estudio sola, pumpum, pumpum… Ayer, por ejemplo, estábamos con la galera de ‘Horizonte’ y no paro de participar en la parte musical. También dejo que tengan su tiempo solos, que saquen música y a partir de ahí voy montando, pidiéndoles un detalle de más o de menos. Y en el cante igual, me gusta saber por lo menos qué estilo quiero en cada baile y después darles libertad, pues ellos saben más que yo. Nunca le diría a Juan José Amador o a José Valencia o a David Lagos lo que tienen que hacer, pero sí el estilo y la forma. Y sobre la letra, me importa más que el cantaor tenga que decir algo, que lo que diga el propio texto.
Conoces el cante antiguo desde niña, ¿qué es lo que más te inspira?
Lo que más me gusta del mundo es la seguiriya de Terremoto. Me disloca, es uno de los que más escucho, junto a Caracol, Pepe Pinto… Antes había ecos tan diversos, maneras de acariciar el cante tan distintas…
¿Cómo viviste el flamenco en la infancia?
No ha sido gente dedicada profesionalmente, pero sí ha sido un barrio de mucho arte. Mi abuelo se crió en la Cava de los Gitanos de Triana y ya traía eso para El Cerro. Lo he tenido muy presente no porque sean artistas, sino porque se ha vivido. Las fiestas en mi casa han sido cantando y bailando. A mi tía Pilar le he escuchado siempre la soleá de Triana y cantarme La Lotera, que era lo que yo hacía en el espectáculo de mi familia: “Catalina Fernández Seis-Gallos, nacida en Umbrete…”. Lo hacía de pe a pá con mis cupones y mi delantal. Mi madre cantaba con Pepe Marchena, ella sí empezó profesionalmente. Como mi padre no la dejaba cantar, para ganarse retales de tela en el concurso de la radio, se tenía que enfadar con él. Cuando volvía, hacían las paces. Es para escucharla por fandangos. Pero mi padre ha sido muy celoso, venga a criar niños… y lo dejó. Aunque a mi padre le encanta, siempre escucha lo antiguo. El Lebrijano le encanta, Juan Villar, Paquiro… Y mi tío Barragán es de los que más me ha enseñado de cante. Se juntaba con Camarón y otros cantaores de esa generación. A él han ido a buscarlo al campo para escucharle los fandangos de Tomás, de Pepe Pinto, de La Niña de los Peines… se los sabía todos.
Rafael y tú con el baile, Juan y Mariano con la guitarra… ¿Es casualidad que cuatro hermanos Campallo os dediquéis al flamenco?
Un poco sí, porque de baile no recuerdo nada en la familia, de cante sí. Te gusta y está; yo me bebía los vídeos de Manuela Carrasco, que es la que más me influyó. Me aprendí su soleá de verla en vídeo y no veas la irritación hasta que conseguí que mi padre me comprara un vídeo. Familia pobre, siete hermanos… En fin, pero luego cada uno ha tirado por donde ha querido. Tengo un hermano que es peluquero y canta para comérselo, con un dejillo y un metal muy bonitos, pero no le gusta nada el mundo del arte. Aunque el arte le sale con las tijeras, hace dibujos muy raros en la cabeza. Al mayor es al que más le gusta, es un fanático del flamenco y, sin embargo, es el que peor lo hace todo. Cada uno eligió su historia.
Rafael y tú empezasteis a estudiar con los maestros José Galván y Manolo Marín…
Sí, pero no hemos tenido muchos profesores mucho tiempo. Yo considero que mis bailes, aparte de Manolo y José que son a quienes más tengo que agradecer, también son fruto de lo aprendido de mis compañeros ya trabajando. No he tenido tiempo, como se hace ahora, de tomar tantos cursillos, pero sí he tenido la suerte de trabajar con compañeros que para mí han sido como profesores: Javier Latorre, Andrés Marín, Antonio Canales, Farruquito… Y mi hermano Rafael igual, despuntó muy pequeño y no le dio tiempo a estudiar tanto, pero el estudio de un escenario es lo mejor que puede tener un artista.
¿Sientes como un handicap no tener formación de clásico?
“Mi mente vuela a veces más que mi cuerpo”
En algunos aspectos sí, pero también creo que si lo hubiera estudiado, mi personalidad no se hubiera forjado como está ahora. En algunos momentos siento desventaja porque igual podría haber entrado en otras compañías o… sucede que mi mente vuela a veces más que mi cuerpo. A lo mejor no tengo la preparación del clásico, pero sí tengo otra preparación que es la que el flamenco requiere. Con la que tengo, puedo defender un espectáculo. Pero fueron circunstancias personales, con quince años hacía falta trabajar y ganar dinero para mi casa, éramos siete y había que ayudar. A los quince años me fui seis meses a Japón y no me fui por gusto, la verdad. Y cuando volví, entré a trabajar en los tablaos y la gente ya me empezaba a pedir clases. Al final, para estudiar no me quedaba tiempo. Te formas de otra manera. Que lo podría haber hecho de mayor, por supuesto, pero es difícil salir de un ámbito. Y quizás no tendría la personalidad flamenca que ahora tengo. Soy como soy y estoy contenta… aunque tenga poco trabajo, aunque no me den sitio porque quieran otras cosas, no me importa.
¿Y crees que ha tenido algo que ver tu accidente?
A mí me da mucho coraje de lo que ha pasado conmigo. Con lo de la espalda hay un bulo ya que… Yo sé que he salido al escenario muy mal, lo he hecho por necesidad y lo reconozco. Me planteaba que lo poquito que pudiera hacer, lo haría, pero en un escenario te arriesgas a que te juzguen. Y sí, he estado mal, he salido al escenario en malas condiciones, después de haberme visto a tope. Unos meses después de actuar a tope en el Teatro Central con Guadiana, tuve el accidente. Cuando volví a ese escenario, esa vez con ‘Otra generación’ de José Miguel Évora, la gente que esperaba verme como antes, no me pudo ver así, los brazos los podía subir sólo a medias. En un escenario no te puedes explicar. En el taranto me fui llorando de dolor. Y he salido a bailar con Canales, se me ha reventado el oído y he estado mal, muy mal. Pero lo que no puede ser es que ahora que estoy bien, no me den la oportunidad de demostrarlo o que me quieran encasillar sólo colaborando con mi hermano. Dadme la oportunidad, dejadme expresarme. Yo en el flamenco o voy sola, o no voy. Estoy harta de una colaboración con tal o con cual y que luego me digan que siempre hago lo mismo, pero ¿en un solo baile qué hago? Y lo que siempre me piden es mi fuerte: seguiriya o soleá por bulerías. Dejadme respirar, que si me tengo que pegar con un canto en la frente ahora que estoy bien, me lo pegaré, pero dejadme que lo intente. Creo que me lo merezco.
Si quieres explicar qué ocurrió, explícalo…
Hace cuatro años que sufrí el accidente de tráfico. Tuve muchas secuelas y he salido al escenario muerta de dolor. La gente no sabía si estaba infiltrada, o si había perdido un sesenta por ciento de audición en un oído. He llorado de dolor y de no poderme mover, pero tenía que demostrar. Cuando se corrió el bulo de que me quedaba tetrapléjica y hasta los compañeros creían que estaba empotrada en una cama… tuve que parar los rumores. Por eso salía a bailar en esas condiciones. Pero lo peor de esto fue que me pasó en mi mejor momento, justo cuando me comía el mundo… a mi forma. Me iba de El Cerro al centro andando, que tardaba una hora, me metía en el estudio de Silvia de Paz y con dos cafés y algún pastel me podía llevar horas y horas bailando. Estaba pletórica y sólo quería avanzar. ¡Y castañazo! También creo que he sabido aprovechar este bajón de otra forma, por mi inquietud de querer bailar. Aunque mi cuerpo no haya podido bailar, mi mente ha bailado. Antes de aquello, salía un escenario y era un terremoto, a Canales y a Farruquito los volvía locos, porque yo lo que quería era bailar más y sola, no me daba miedo nada. Después, tuve que asumir que mi cuerpo no respondía y aprender a bailar de otra forma, a utilizar otros recursos. Y ahora vuelvo a tener el desparpajo y la vitalidad que tenía antes, pero también tengo otra cosa que me la ha enseñado el haber estado mal. Gracias al accidente he aprendido mucho, me he dado cuenta de muchas cosas… a lo mejor me hubiera estrellado si hubiera seguido de la otra forma, quizás hubiera aprendido todo esto mucho más tarde. Todo ocurrió en un momento en el que la gente y los artistas esperaban mucho de mí. Y ahora siento que es el momento otra vez.
Pero siempre hubo compañeros que confiaron en ti, ¿no?
Yo tengo que agradecer muchísimo a Antonio Canales. Con él, si podía bailar cinco minutos, cinco minutos bailaba. Si eran veinte minutos, veinte. Para mí, Antonio Canales, ¡chapó! Cuando hice ‘Sangre de Edipo’ con él y con Lola Greco en el Festival de Mérida, no sabía ni siquiera si iba a poder andar. A mí me presentó a Hansel Cereza y yo iba con un collarín y muletas, y él no se podía creer que yo iba a ser Ismene. Le vi la cara muy blanca, le preguntó a Antonio que si era yo la que iba a bailar y Antonio le dijo que sí, que no se preocupara, que yo iba a estar aunque no bailara, que yo tenía que ser Ismene. Y al final bailé, me pinché no sé cuántas veces... pero es que tenía necesidad. Cuando un médico te dice antes de operarte que tienes un ochenta por ciento de probabilidades de quedarte tetrapléjica, tu mente… Antonio me dijo que yo iba, que me subiría al escenario, que con mi cara le bastaba, que era Ismene. Y Lola Greco me ayudó muchísimo, lo mismo que Merche Esmeralda cuando bailé con ella y con Javier Barón. A mí las secuelas más fuertes me han quedado en las manos, hay veces que se me duermen, aunque en el escenario nadie se da cuenta. Merche se ponía conmigo cuando acababa de bailar y nada más verme la cara blanca, se ponía a calmarme, a darme masajes en las manos… He tenido suerte con mis compañeros, de verdad. Y a Canales lo destaco porque, además, me ha dado mi sitio. Es de agradecer que tuviera a una coja bailando… jejeje. Él, con mucho arte, pedía a vestuario que me pusieran muy muy mona.
Después has colaborado con Farruquito, Javier Latorre y Andrés Marín. ¿Cómo es que encajas en estilos tan diferentes?
Eso era lo raro que yo veía, porque no eran audiciones. Yo sólo me quise presentar a unas audiciones de Eva Yerbabuena, pero no pude porque me salió un trabajo en Alemania. Y es algo que me hubiera encantado, estar en su compañía, fíjate lo que se aprende, lo que ella te puede enseñar y lo que debe ser estar al lado de esa bailaora. La otra que hice fue para Cristina Hoyos y yo era muy joven, muy bruta y, por supuesto, no tuve cabida en su espectáculo. Y después, ninguna más. Al tablao a verme y a buscarme Andrés, Canales, Latorre… Y yo me veía lo mismo al lado de Farruquito, que interpretando un papel en ‘Rinconte y Cortadillo’ de Latorre, después Andrés con otra historia de baile... Yo pensaba: ¿Qué buscan de mí? Y es que en realidad con casi ninguno tengo aparentemente mucho que ver, pero todos respetaban mis formas. Lo he vivido sorprendida y, además, en una única temporada. Entonces acababa de volver de estar nueve meses en Barcelona y venía con las pilas puestas, con mi baile mucho más trabajado. Allí aprendí mucho con compañeras como Rosario Toledo. Entonces fue cuando comencé a bailar con gente tan diferente. Aunque a mí lo que me marcó definitivamente sucedió mucho antes, cuando entré con diecisiete años en la compañía de Manuela Carrasco con ‘La Diosa’. Un sueño hecho realidad.
¿Qué aprendiste de Manuela Carrasco?
Yo recuerdo un día que salió por alegrías con bata de cola blanca y haciendo el toreo, estábamos los niños y las niñas alrededor tocándole las palmas, yo vi a esa mujer salir… dejé de tocar las palmas y me puse a llorar. Yo veía a esa mujer tan grande, esa cara de ella, esa bata colocada… ¡eso es arte! La técnica del arte sí que no se puede aprender en ningún sitio. Ella ha sido mi escuela aunque nunca haya sido mi profesora. Ahí te das cuenta de verdad de lo que es el flamenco. Todo el mundo sabe quién es Manuela y aún así hay gente que dice que por tientos no… que si tal… y deben de dejar de mirar las mijitas y mirar la grandeza de ella.
Aunque tu gusto es de lo más variado…
“A mí me gusta toda la persona que crea en sí mismo y que demuestre que lo que está haciendo es verdadero”
Claro. ¡Y menos mal que hay otro tipo de estilos! Eso es lo bueno del flamenco, que en él han entrado otro tipo de danzas y ahora hay un abanico enorme en el que elegir. A mí hace poco una japonesa que me entrevistó me preguntó que quién me gustaba bailando. La verdad es que a mí me gusta toda la persona que crea en sí mismo y que demuestre que lo que está haciendo es verdadero. Y ahí entran Israel Galván, Andrés Marín, Manuela Carrasco, Farruquito, Rocío Molina, Pastora Galván, mi hermano Rafael… Y la periodista no se podía creer que me gustaran Israel y Farruquito. ¿Por qué no? Si los dos son igual de puros en su sentir, si los dos demuestran lo que de verdad sienten dentro. No creer eso es ser inculto del flamenco y del arte. ¿Por qué no te pueden gustar un cuadro de Velázquez y uno de Picasso? Que tu terreno está más en una persona, vale, pero los dos me han hecho llorar. No soy variable, sino sensible al arte.
***
La conversación sigue enredándose en las vanguardistas celosías del patio. Y entonces llega la pregunta sobre los proyectos, sobre cómo va a mostrar Adela Campallo la bailaora que es hoy, después de Manuela, después de visitar tantos planetas, después del accidente, después de la recuperación… La respuesta es doble, pues no está trabajando en uno, sino en dos espectáculos al mismo tiempo, consciente de la demanda: “Creo que es mejor tener distintas opciones para según qué espacios, que mutilar un espectáculo ya creado para mayor formato. El fallo del artista es quitar lo que enriquece y lo que da vitalidad al espectáculo para hacerlo más pequeño. Creo que es mejor tener mente amplia para montar distintas propuestas y que la gente disfrute de cada una en el espacio adecuado”.
La de gran formato es ‘7 de mayo’, un espectáculo inspirado por su propia maternidad. “Cuando tuve a mi hijo y ya me recuperé de la espalda, vi todo lo que él me había dado: vitalidad, luz, energía, templanza… y también tristeza, de todo. Mi hijo me ha dado ganas de vivir y quería dedicarle algo”, explica la bailaora. Y es cierto que antes también pensó en llevar al escenario no ya la historia de su dramática vivencia, sino más bien “reflejar la valía que tiene mucha gente, entre ellas yo, de luchar y luchar porque el arte es lo que te lleva”. De hecho, lo diseñó con el director de escena Hansel Cereza. “Está ahí pero, de momento, a ningún programador le ha interesado”, puntualiza con resignación.
Aunque pasa página y enseguida se le ilumina la cara con ‘7 de mayo’: “No sé por qué, me muevo por lo que vivo. Siempre me pasa cuando monto un baile que reflejo lo que vivo en ese momento, las energías, si estoy triste, si estoy alegre”. Y en este montaje, según comenta, “todo va referente a lo que he aprendido en este trascurso de mi vida en el que he sido madre y he formado una familia”. Lo plasma en el escenario, según ya pudo verse en el preestreno en Holanda, con “elegancia, flamencura y la creatividad que aporta un equipo artístico en el que me acompañan los guitarristas Juan Campallo y David Vargas en la composición musical, las luces diseñadas por Óscar de los Reyes, la colaboración coreográfica de Rafael Campallo en los tangos para tres bailaoras y la aportación de Javier Barón como ayudante de dirección”. Más las letras que la propia Adela le ha escrito a Manuel. Una dice así: “Entrañas mías, quítame la luz, si la necesitas”. Así no es de extrañar que cuando se preestrenara en tierras holandesas, su compañera Mercedes Ruiz le dejara una notita felicitándola por el espectáculo y resaltando de él una cualidad: su sensibilidad.
Y la propuesta para espacios más íntimos se llama ‘Horizonte’…
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